3. Representaciones desiguales

Estereotipamos a las mujeres en el modo que las representamos, incluyendo el lenguaje y las imagines que elegimos. 

Los papeles que enfatizamos: Tendemos a enfatizar a las mujeres en funciones “tradicionales” más que en sus logros. Lo hacemos al referirnos a ellas como esposas, madres o novias, en vez de CEO, políticas, abogadas o activistas de derecho propio. Con frecuencia nos referimos a una mujer como “madre trabajadora” si trabaja y tiene hijos. Nunca describimos así a los hombres.

El lenguaje que usamos: Una de las formas de sexismo potencialmente dañina y sutil es la omisión de las mujeres en referencias que tienen la intención de describir a todos. Por ejemplo: el hombre (cuando hacemos referencia a la humanidad). También tendemos a asignar género a los trabajos cuando llevan especificación, por ejemplo, asumimos que concejal y presidente son hombres aunque son términos neutrales y por esto aparecieron los términos “concejala” y “presidenta” que fueron aceptados; si hablamos de policía debemos aclarar “mujer policía”, perpetuamos los estereotipos al agregarle una descripción a los nombres de los trabajos que son neutrales.

Las características y cualidades que resaltamos: Tendemos a retratar a las mujeres como tímidas, débiles, sensibles, histéricas o víctimas más que como seguras, fuertes o compasivas. Nos enfocamos mucho en su edad, apariencia y ropa. Cuando son exitosas, describimos las características que las hacen exitosas de forma negativa. Por ejemplo, en vez de describirlas como decididas como los hombres, las mujeres son mandonas; en vez de decir que tienen voces resonantes o dominantes, decimos que son estridentes o chillonas.

Las referencias desiguales que hacemos: En los medios no tratamos a las mujeres igual que a los hombres. Esta diferencia la hacemos cuando:

  • Nos referimos a los hombres por sus aptitudes mentales o profesionales, pero a las mujeres por sus atributos físicos o su función en el hogar.
  • Especificamos la edad de las mujeres, pero no la de los hombres.
  • Estereotipamos en forma negativa las características de las mujeres, mientras que lo hacemos de forma positiva con las características de los hombres: tímida-extrovertido, emotiva-sensible, débil-fuerte, histérica-sereno, de mediana edad-maduro, obstinada-culto, hormonal-enojado.
  • Reducimos a la mujer a su relación con un hombre al referirnos a ella como su esposa, novia o hija en vez de nombrarla como una persona con logros propios. También usamos términos de cortesía que etiquetan a la mujer según su relación con un hombre/su estado civil. “Señorita” y “señora” definen el estado civil, mientras que “señor” no lo hace.
  • Hacemos referencia a los compromisos familiares de las mujeres. Las mujeres con hijos son “madres trabajadoras” y con frecuencia se les cuestiona su habilidad para mantener un trabajo y tener una familia. A los hombres nunca se los llama “padres trabajadores” ni se les cuestiona su habilidad para tener un trabajo y ser padres. Deberíamos usar el término “padres trabajadores” en vez de exclusivamente “madre”.
  • Nos enfocamos en las características físicas de la mujer, como la ropa que tiene puesta, pero en los logros de los hombres.

Las imágenes que usamos: Del mismo modo que hacemos referencias desiguales para hombres y mujeres, también las hacemos para retratarlos en los contenidos visuales. Usamos contenido visual de mujeres que tienden a enfocarse en sus atributos físicos o sus defectos. Usamos imágenes de hombres de traje y mujeres en bikini. Usamos imágenes de mujeres políticas con miradas frías y penetrantes, pero a los hombres los mostramos sonrientes y accesibles. También tenemos la costumbre de exhibir a la mujer en la portada usando contenido visual que tiene poca relevancia con el artículo en sí, solo para vender ejemplares.

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